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«Cómo se hizo» de lo que no se hizo

 

 

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Como se hizo

«Ésta no es una película sobre la Guerra de Vietnam, esto es Vietnam» dijo Francis Ford Coppola en 1979 cuando presentó ‘Apocalypsis Now’ en Cannes. El rodaje se prolongó durante años en la selva de Filipinas, con todas las dificultades logísticas y adversidades que una localización así supone. Paradójicamente la jungla fue el menor de los problemas. Un Dennis Hopper desatado, un actor protagonista tan alcoholizado y colocado que podría haber tocado ozono y que sufre un infarto —era Martin Sheen (una versión Beta y descafeinada de lo que sería después su hijo)—, aviones prestados por el ejército filipino que debían abandonar la importantísima secuencia de los bombardeos para cumplir con su propia guerra, la aparición tardía de un Marlon Brando con sobrepeso y sin saberse ninguna línea de guión y un Francis Ford Coppola, aislado en la selva, enloquecido y convertido a su vez en el propio Coronel Kurtz fueron algunos de los elementos que contribuyeron a la pesadilla.

Un mal sueño, de características similares, fue el rodaje de ‘Tiburón’. Todos se las prometían felices hasta que introdujeron al animal animatrónico en el agua salada y los mecanismos que hacían funcionar al escualo dejaron, simplemente, de hacerlo. El rodaje duró unos 150 días y un joven Steven Spielberg debió de rezar a los dioses del cine para no ser despedido por la industria y que por ende existiera el Rey Midas que hoy conocemos. Los rodajes de ‘Aguirre: la cólera de Dios’ o ‘Fitzcarraldo’ del director Werner Herzog (genio o loco, lo que prefieran) sirven para ilustrar pesadillas quizás peores de las ya comentadas. Sin embargo es importante resaltar que cierto grado de locura y de caos en un rodaje puede contribuir a dar un prestigio legendario a una película. ‘Tiburón’ y ‘Apocalypsis Now’ se beneficiaron de ello. Y el éxito y el reconocimiento obtenido demuestran que el dolor, el esfuerzo, la perseverancia y la conquista de lo inútil, tal y como lo definiría Herzog, han merecido la pena.

Pero como todo en la vida, no siempre ocurre así.

Hollywood no tiene ningún inconveniente en airear problemas internos de la película o incluso inventar historias o usar simples y terribles coincidencias para darle relevancia a una película. Todo en aras del éxito o para la prolongación de éste. Son harto conocidas las historias existentes en torno al rodaje de ‘La semilla del diablo’, algunas de ellas incluso relacionaron a la película con el asesinato de Sharon Tate a manos de la familia Manson. Con ‘El exorcista’ pulularon historias parecidas, donde supuestamente el equipo del rodaje fue víctima de todo tipo de extraños accidentes, tanto en el set como fuera de él en el que supuestas fuerzas demoniacas estuvieron involucradas. El rodaje de ‘Poltergeist’ fue una repetición de la jugada. Sin embargo, como decíamos antes, todo esto es positivo si el éxito o la búsqueda del éxito rodea a la producción. ¿Qué ocurre con aquellos rodajes que han sido un auténtico infierno y por si fuera poco la película resulta ser un fiasco? ¿O incluso si la película no llega a terminarse?

Pues que Hollywood intenta olvidarlo. Pero por suerte para nosotros existen documentales con buena memoria.

El ejemplo paradigmático de rodaje catastrófico, fracasado y surrealista es el de ‘The man who killed Don Quixote’, la primera intentona de Terry Gilliam de trasladar su propia visión de la novela de Cervantes. Lo que allí ocurrió está perfectamente recogido en el imprescindible documental de 2004 ‘Lost in la Mancha’ que es algo así a un desolador «Como NO se hizo» de esa película. El proyecto se llevaba gestando en España desde 1998 y tras dos años de retraso, el rodaje dio a su comienzo en el 2000 con Jean Rochefort como Don Quijote y Johnny Depp como Sancho. Desde el primer momento el documental nos conecta con la desbordante energía e imaginación de Terry Gilliam. El director, con ojos de niño, explica de forma fascinante a la cámara, apoyado con sus storyboards, como ha previsualizado detalladamente su película. El Quijote fluye por las venas del ex Monty Python. Su optimismo y su energía van diluyéndose cuando los problemas empiezan a surgir, que siguiendo la ley de caos no escrita lo hacen de menos a más. La hilarante visita de un plató que no cumple ni las mínimas condiciones acústicas, los constantes vuelos de los F-16, gentileza del ejército español, que imposibilitan el rodaje con sonido (obligando a doblar después), la lesión en la cadera de Jean Rochefort y la fuerte tormenta sobre las Bardenas Reales, un lugar desértico y en el que nunca llueve, que arrasa con el equipo, con los decorados, y que cambia, drástica y dramáticamente, el color de los acantilados son algunas de las cosas con las que tuvo que lidiar Gillian. Dos semanas más tarde la película era cancelada definitivamente. En el agridulce final del documental, los espectadores pueden acercarse a lo que Gilliam debió sentir en aquellos instantes… La evaporación de la ilusión frente a la gris y dictatorial realidad. Terry Gilliam volvería a intentarlo tres veces más en el futuro: una en el 2008, otra en el 2014 y finalmente en el 2017, donde el rodaje, por suerte, llegó a buen puerto. Bien por Gilliam.

Como no se hizo

Menos conocido pero igual o incluso más surrealista fue el rodaje de la adaptación de a mediados de los noventa de ‘La isla del Doctor Moreau’. El testimonio que recoge cada uno de sus despropósitos es el interesante documental ‘LOST SOUL: El viaje maldito de Richard Stanley a la Isla del Doctor Moreau’, donde se nos presenta al pintoresco Richard Stanley del título. Un director que había dirigido dos películas de terror de bajo presupuesto pero que muchos auguraban que sería la nueva promesa del género de terror y del fantástico. New Line Cinema, una productora aún modesta —en aquel entonces no habían llegado los anillos de Peter Jackson para elevarla a los montes del destino— decidió apostar por el joven director y dio luz verde a su guión. Desde las primeras reuniones, Richard Stanley intuyó que algo no iba bien y —no sabemos si fruto de un posible carácter paranoico o que realmente percibió indicadores claros— decidió recurrir a un amigo experto en magia negra para que realizara un hechizo y conseguir que las reuniones en Hollywood tuvieran una energía más positiva. Se desconoce si aquello funcionó pero, paralelamente, alguien pensó que era buena idea que Marlon Brando interpretase al Doctor Moreau por lo que lo que en un principio iba a ser una película de bajo presupuesto se disparó a todo lo contrario. Por si fuera poco (no se sabe si fue la misma persona) alguien pensó que era buena idea contratar a Val Kilmer, que en aquellos momentos rezumaba ego por todos sus poros tras haber interpretado al caballero oscuro en la carnavalesca ‘Batman Forever’.

Como no se hizo

El actor, incontrolable y caprichoso, se dedicó a entorpecer el rodaje a la mínima que tenía ocasión. Decidió asignarse el rol de antagonista y no el de protagonista como era lo pactado previamente, pues eran menos días de trabajo y más paz de espíritu para Val. El actor cuestionó el guión, los personajes y, en el rodaje, cada una de las indicaciones de Richard Stanley desacreditándole como director delante del equipo. También hacía bromas pesadas al equipo como quemarle las patillas a un foquista con un cigarrillo en plena toma. El inexperto director, incapaz de controlar los egos que existían en el rodaje y aplicando la táctica de la tortuga, ausentándose incluso de las reuniones de alto nivel con los jefes de equipo, fue despedido. En su lugar, y a modo de Señor Lobo, se contrató al curtido John Frankenheimer, un director que supuestamente podría controlar y encarrilar la peor de las situaciones. No lo consiguió. Cuando llegó Marlon Brando al set no había fuerza en la naturaleza que pudiera pararle. Sin haberse leído el guión, lo que ya era una marca de la casa, Brando no dejó de proponer extravagantes ocurrencias y llevarlas a cabo en el set, como llevar la cara maquillada de blanco por misteriosas razones, pedir plumas de pavo real como atrezo, aparecer con una cubitera en la cabeza o imponer como acompañante en todas sus secuencias al hombre más pequeño del mundo (es posible que la idea de «miniyo» de Austin Powers provenga de esta película). Cualquier idea peregrina que pasase por su cabeza, se hacía realidad. Los caprichos de Val Kilmer y de Marlon Brando que habían llevado, gracias a Dios, caminos paralelos llegaron a un sonado punto de encuentro cuando uno de ellos se negó a salir de su caravana a menos que lo hiciera el otro antes. La cosa quedó en un empate técnico. Se perdió toda una jornada de rodaje con cientos de extras maquillados de animales mutantes esperando en el set. Mientras, el desterrado director Richard Stanley, en lugar de haber vuelto a la civilización como hubiera sido lo suyo, se había retirado a pocos kilómetros de las localizaciones de la película, en plena selva, viviendo con los aborígenes. Ayudado por miembros del equipo de arte y maquillaje, Richard Stanley regresó a lo que antes era su rodaje y hogar pero esta vez disfrazado de animal como si fuera un extra más. Allí pudo contemplar con tranquilidad, tristeza y resignación como el infierno que había contribuido a crear hallaba su culminación sin él.

Como no se hizo

Los directores Tim Burton y Kevin Smith fueron las víctimas de la siguiente pesadilla la cual nunca llegó a pasar a la fase de rodaje. Su preproducción ascendió a unos 30 millones de dólares, lo que en nuestro país supondría el presupuesto para 25 películas…, o más. El proyecto en cuestión se trataba de una nueva versión de Superman titulada ‘Superman Lives’ y cuya cadena de despropósitos los recoge el interesante y divertido documental The Death of «Superman Lives»: What Happened? Estamos en el año 1997, el boom de superhéroes está por llegar y Marvel y DC se dedican a sus labores originales: editar cómics. Kevin Smith, director de divertidas películas como ‘Clerks’ y ‘Mallrats’ —con continuas referencias a la cultura pop y a los superhéroes—, es contratado por Warner Bros para escribir el guión de la película. Su entusiasmo no cabe en sí, sin embargo antes de que pueda escribir una sola línea del guión debe entrevistarse con el casi protagonista del mencionado documental, el excéntrico productor del proyecto (y antes peluquero de Barbra Streinsand): Jon Peters. Lo que ocurrió en esa primera reunión no es ningún secreto. Los hilarantes monólogos de Kevin Smith sobre aquel encuentro llevan pululando por youtube desde hace años. Jon Peters impuso tres directrices: Superman no debía llevar su habitual traje de superhéroe pues en opinión del productor le hacían parecer un mariquita, en segundo lugar no debía volar y por último, en el tercer acto, ese Superman neutralizado y reducido a la nada, debía enfrentarse, según la opinión de Jon Peters, al depredador más peligroso de la tierra: la araña. Una araña gigante para ser más precisos. Kevin Smith, lejos de amilanarse ante las psicotrónicas propuestas, se sentó a escribir el surrealista guión, lo que le causaría su despido inmediato cuando Tim Burton fuera contratado como director más adelante. Burton pronto descubriría que el problema no estaba tanto en el guión sino en Jon Peters. Durante la preproducción Tim Burton prácticamente jugó al gato y el ratón con su productor, que no dejaba de agobiarlo con sus alocadas propuestas. Al no conseguir la atención de Burton, Jon Peters, dedicaba parte de su tiempo en hacer visitas sorpresa a los artistas gráficos de la peli y, sin venir mucho a cuento, y también por sorpresa, en someterles a violentas llaves de judo. La confusión y la humillación estaba servida para sus trabajadores. La propuesta del casting a día de hoy es sorprendente con un Nicholas Cage como Clark Kent/Superman, al que se le puede ver en la ya famosa prueba de vestuario, reaccionando con expresiones atónitas ante el marciano traje de Superman con el que tendrá que convivir. Con un guión difuso, una preproducción sin una orientación clara, llena de tensiones creativas y desbordada de ideas en las que era difícil distinguir si estas eran buenas o malas y sumando a los malos resultados de taquilla de las últimas películas del estudio (¿os acordáis de ‘The Postman’ o ‘Batman y Robin’?), los directivos decidieron suspender el proyecto definitivamente. Tim Burton, desolado y como si le acabaran de cortar algo de su propio cuerpo, decidió embarcarse en un proyecto acorde a su estado de ánimo: ‘Sleepy Hollow’. Jon Peters, por su parte, produciría el bodrio ‘Wild Wild West’ en el que conseguiría poner a prueba sus ansiadas tesis introduciendo a la dichosa araña gigante en el acto final de la película.

Por lo que se ve el éxito y el fracaso, la locura y la genialidad…, todo ello se da la mano en el cine. Son elementos indivisibles. Presentes de forma perenne. Estamos acostumbrados a asociar genialidad con éxito y la locura con el fracaso… Pero la locura puede ser un camino para el éxito tan claro como lo puede ser la genialidad para el fracaso. Lo cierto es que como se dice mucho en el negocio del cine, nadie sabe nada.

Javier Chavanel

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