“Tout pour le peuple, rien par le peuple” (Todo para el pueblo, nada por el pueblo). Francia, siglo XVIII.
Una de las medidas más acertadas del gobierno del Segundo Imperio de Francia, bajo Napoleón III, fue la de permitir que los cargos públicos de cierta relevancia (presidir un gobierno sin duda lo es) fueran siempre designados por los votos emitidos. Esta figura se conoce con el nombre de Segunda Vuelta o balotaje.
Esta segunda ronda de votaciones se da cuando ningún candidato ha obtenido la mayoría necesaria para resultar electo (generalmente más de la mitad de los votos emitidos).
La medida se utilizó por primera vez a mediados del siglo XIX y se ha extendido por los cinco continentes.
Entre otras consideraciones políticas, deja en manos de los electores la proclamación definitiva de la persona preferida por quienes tienen el sagrado derecho a decidir quién o quienes gobiernan.
Por el contrario, los receptores de los votos insuficientes consideran que han recibido un cheque en blanco para hacer con ellos todo tipo de cambalaches: Sello una alianza en un sitio pequeño con mis opuestos, pero niego la intención de hacerlo en puntos de mayor repercusión. Entrego gobiernos autonómicos a minorías políticas legales, pero con antecedentes que tiempo atrás me producían rechazo, mientras clamo en el desierto que se me obliga a ello porque quienes podrían evitarlo no me quieren apoyar. Exijo competencias que los votantes no me han otorgado, porque yo lo valgo.
Lo llaman “política de pactos”, pero en realidad, se trata de un concierto más típico de conspiraciones y complots: vótame tú para que no salga este; te voto aquí si me votas allí; con tal de que fulanito se vaya a casa, olvidemos nuestras naturales diferencias y sellemos un acuerdo de gobierno… total, los votos ya son nuestros y podemos hacer con ellos lo que nos venga en gana.
Este “cambio de cromos” no respeta en absoluto eso que llaman “soberanía del pueblo”. Todos los partidos legalmente constituidos tienen derecho a participar en unas elecciones, pero son los electores los que deberían decidir entre dos (como mucho tres) candidatos en una segunda ronda.
Los partidos que resulten descartados tienen en su mano recomendar a sus afiliados, simpatizantes, afines y votantes la opción más consecuente con sus postulados. Luego, que cada quien vote lo que prefiera, faltaría más.
Da la sensación, como decía el rey alcalde, Carlos III, que los “españoles somos como niños que lloran cuando se les lava”.
Si hubiese segunda vuelta, si cada circunscripción aportase un número proporcional de diputados y si todos los votos tuviesen el mismo valor, entonces sí se podría hablar del ignorado “bien común”
Pero lo cierto es que los partidos sólo buscan que votemos… y callemos.
Ángel Arribas.
gdelpomar
17 julio 2019 a las 18:46
Muchas gracias por este artículo.