Todo aquello que no encaja con el concepto oficial y bendecido
lo etiquetamos como “contra natura”.
Uno de los argumentos más escuchados para denostar las relaciones sexuales no convencionales es el de van “contra natura”.
En efecto, los seres vivos (animales o vegetales) tenemos un programa básico con dos mandatos principales: sobrevivir y perpetuar la especie.
La naturaleza nos ha dotado para ello de los mecanismos que denominamos “instinto de supervivencia”, para el primer mandato; en el segundo caso se habla del “pulso sexual”.
Pero, mientras que casi todos los mamíferos, la clase a la que pertenecemos, tienen ciclos fértiles coordinados para que las crías nazcan en el momento más propicio para su supervivencia, el homo sapiens carece de épocas de celo definidas, quizá porque el bebé es tan desvalido y depende tanto de los cuidados de la madre que es irrelevante el momento en el que tenga que nacer.
Esta circunstancia hace que todos los seres humanos establezcan las relaciones de naturaleza íntima cuando y como les apetece, de acuerdo con sus personales necesidades. Son cosas de la naturaleza.
Es obvio que resulta más natural tener relaciones sexuales que no tenerlas. La naturaleza nos ha creado con los mecanismos adecuados para ello y con una gratificante sensación cuando se realiza el acto. Pretender obedecer los designios de la creación negando o prohibiendo estas prácticas es un enorme contrasentido: hemos sido creados con sexo pero no podemos usarlo.
El resultado está siendo cada vez más divulgado, que no por ello menos conocido: Eclesiásticos de todos los estamentos (de frailes a cardenales) han abusado de monjas y seglares, de niños y niñas, a lo largo de los dos mil años de historia de la Iglesia. Todos conocemos las andanzas del Papa Borgia, Alejandro VI. En Roma es “vox populi” el número de amantes que se atribuyen al cardenalato, hasta el punto de acuñar un dicho muy adecuado: Roma veduta, fede perduta. (Vista Roma, fe perdida). Si ves Roma, la fe se desmorona.
Creo que es imprescindible que alguien se atreva a plantear que el obligado celibato del clero es la causa directa de los escándalos que sacuden la credibilidad y la actuación moral de la Iglesia. No querer resolver un problema te hace formar parte del problema.
Ángel Arribas.
Foto: Fragmento de «El jardín de las delicias», de Hyeronymus Bosh. Galería online. Museo del Prado